La evolución tecnológica se está dando de una manera que no se había dado nunca. Cada año sale una nueva versión de iPhone o de cualquier otro tipo de smartphone. Lo mismo pasa con los ordenadores, los modelos se renuevan a mucha más velocidad que antes. De esta manera nuestros dispositivos se quedan obsoletos a mayor velocidad.
Desde el punto de la obsolescencia deberíamos de separar dos grupos. Por un lado tenemos al grupo que quiere estar a la última: quiere el procesador más potente, el dispositivo con mayor capacidad de almacenamiento. Quiere disfrutar de tener lo más novedoso en sus manos para aprovechar su potencial al máximo ya sea para trabajo o por simple diversión de explorar la potencia de la última generación. Este grupo desde que sale un nuevo modelo, sobre todo en el caso del iPhone, se deshace de su anterior modelo y adquiere el nuevo. Para hacer esto solicitan pequeños préstamos o venden su actual dispositivo que les ayuda a adquirir el nuevo.
Por otro lado tenemos al otro grupo, mucho más grande, que no es que no quiera estar a la última, pero tampoco les importa estar con un modelo de dos años. El problema de la evolución tecnológica en estos casos es que ya no hablamos sólo del producto que compramos sino del software que lleva dentro que a medida que evoluciona nuestro dispositivo se nos queda más pequeño. Ya no funciona con la misma fluidez que antes o incluso la nueva actualización no estará disponible para el dispositivo y se quedará completamente obsoleto en cuestión de meses. En este caso, el grupo afronta la adquisición de un nuevo dispositivo mediante un préstamo, ya que su dispositivo al tener cierta antigüedad no tiene valor en el mercado.
La parte positiva de la evolución tecnológica es que conseguimos dispositivos más potentes y con funcionalidades nuevas cada vez con menos tiempo. Sin embargo, esto lleva a que tengamos que hacer desembolsos económicos con mayor frecuencia.
